¡Dejad de mirar el dedo, idiotas!
A veces hay que ocultarse para expresarse libremente. Me equivoco: hay que ocultarse para expresarse libremente. Porque se te ocurre publicar alguna idea que no guste al rebaño y lo hagas con tu perfil personal, eres hombre muerto. Por esta razón, este blog no tiene autor conocido o señalable y desde aquí la imagen de la empresa para la que trabajo está a salvo. Es la ley del silencio que imponen las redes. Una nueva dictadura.
Pero al grano. Idiotas, si es problema no es el catalán. Tampoco el castellano. Ni que se usen las lenguas como arma arrojadiza. Y sí, se puede ser rematadamente idiota con un coeficiente intelectual alto, muy alto o extremo. Idiota para algunas cosas y excelente en otras.
Los sentimientos, chaval, los sentimientos que te hacen bailar
El asunto está en el papel que juegan los sentimientos, que convierten a un einstein en zoquete en un momento. Porque si dejamos que los sentimientos gobiernen libremente una parte de nuestra vida o prevalezcan sobre la razón, las vísceras sustituyen al cerebro.
Los sentimientos son una parte importantísima de nuestra vida. Fundamental. Nuclear. Pero si en algún momento acompañan, en otro te abandonan. Y, si se exacerban, se acaba como el aficionado de fútbol, un asunto que puede parecer menor, pero buen ejemplo para mi argumentación.
Uno puede nacer del Barça, del Madrid o del Celta. Y defenderá, contra cualquier lógica, sus colores. A no pocos, al día siguiente de que su equipo haya perdido, es mejor no hablarles. ¡Y nos hemos acostumbrado a que sea así!
Tal vez, siendo el ser humano racional, esta pasión disparatada por un equipo de once tipos multimillonarios que golpean con el pie un objeto esférico relleno de aire debería ocupar otro lugar en la escala de valores de cada uno.
El pedigrí de cada uno
En España, todos hemos tenido un pedigrí: republicano o franquista. Simplificando: de izquierda o de derecha. Y muchos no han –o hemos– sabido racionalizar correctamente este sentimiento que hemos heredado. Es cierto, no es sencillo. Supone prescindir de un sinfín de juicios que nos han sido dados y de los que hay que despojarse si se quiere analizar con una mínima objetividad nuestra historia o la situación del país.
O uno es catalán pata negra o no. Y no lo ha elegido. Podrá decidir si se apunta al rebaño procesista o al rebaño no procesista, pero si se cae en un hoyo u otro, salir es muy costoso.
Tengo la sensación, la impresión y la certeza de que la política se ha futbolizado. La política en sentido amplio. Me sobran dedos en la mano para contar las personas con las que puedo debatir de manera sosegada sobre el denominado «problema catalán». Pertenezcan al hoyo 1 o al 2. Me da igual. Es así de triste.
Tampoco es sencillo discutir la actualidad con quienes no han sabido procesar su origen familiar y se deben a una causa, la de la izquierda o la de la derecha.
(Me detengo un momento: los sentimientos son manipulables, claro, y solo a través de ellos se puede cambiar un modo de ver la vida determinado. ¿Ejemplos? Buffff… ¿Cuántos franquistas había en España en 1975? ¿Cuántos quedaban en 1982? ¿Cuántos indepes había en 2005, por poner un año, y cuántos en 2017? ¿Hace falta que siga? Creo que no.)
La fuerza de los sentimientos que no van acompañados de la razón y de la voluntad es tal que uno puede enviar a paseo a su esposa y largarse con otra diciéndole que «ya no siento nada por ti» (pero sí por otra, claro).
Y la cuestión lingüística, nacionalista, independentista es fruto ya no de agravios históricos (que los hay y no pocos, algunos fruto de nuestra incompetencia, por cierto), se trata de una cuestión que ha llegado a gobernar nuestros corazones y se ha convertido, por tanto, en irracional. Y no me refiero solo al hoyo 1. También al 2.
Un dedo señala la luna. Y el tonto mira el dedo. Se fija en el dedo. ¡Mira la luna, idiota! ¡Fíjate en lo que te estoy señalando! La luna es lo importante, lo que debemos observar, pero discutimos sobre si el dedo es así o asá y no reparamos en lo importante.
Y los parlamentos, los medios, las redes se llenan de aficionados que se pierden en discusiones de hooligan borracho que reparte estopa como si no hubiera un mañana, sacando lo peor de cada uno, acumulando capas de cieno y miseria, una sobre otra, que los pudren todo.
¿Pero de qué quieres hablar después de esta larguísima y pasadísima introducción?, se preguntará quien haya llegado has esta línea… Quiero referirme a lo importante.
¿Qué es «lo importante»?
En mi opinión, lo que debería ser centro del debate son las cuestiones nucleares de nuestra sociedad. A saber: el derecho a la vida, la familia, la libertad responsable de la persona, la preocupación por el bien común, la ética basada en unos principios fundamentales no sujetos al consenso, la justicia…
Mira la luna y si te despojas de prejuicios quizás estemos de acuerdo. Por ejemplo, la familia y la natalidad se pueden relacionar con el «proyecto de país» que tienen los del hoyo 1 o los del hoyo 2. Y los números no cuadran. ¿Cuántas familias se rompen cada día? ¿Alguien piensa que es inocua una separación? ¿Qué tasa de natalidad tenemos? ¡Vaya, si resulta que no hay niños!
Pero eso es la luna y nos gusta quedarnos con el dedo. Porque no hay que hacer el esfuerzo de levantar la cabeza. Nos atascamos en discusiones estériles (porque lo son) mientras lo verdaderamente importante lo manejan otros.
Mira a la luna y deja de ser un idiota. Y no te enredarás en debates inútiles, porque, en el fondo, sabes qué es importante. Otra cosa es que llegar al meollo nos obligue a abandonar nuestro apoltronamiento intelectual.